"Con todo lo que tengo en la cabeza… ¿encima seguir un plan?"
Sí. Justamente por eso.
Lo dijiste como chiste, pero era real.
"Con todo lo que tengo en la cabeza… ¿encima seguir un plan? No, imposible."
Y te entiendo. Lo escucho todo el tiempo.
No porque no te importe. No porque no quieras estar mejor.
Sino porque sentís que no tenés espacio para una cosa más.
Tu cabeza está ocupada resolviendo mil cosas a la vez.
Trabajo, hijos, casa, pareja, horarios, mensajes sin contestar, deberes, comidas, listas mentales eternas.
Sentís que tu día es una sucesión de demandas, y que tomarte tiempo para seguir un plan suena casi absurdo.
Pero lo que muchas veces nadie te dice es que un plan bien pensado no es una exigencia más.
Es justo lo contrario: es una descarga mental.
Es lo que te evita tener que pensar todo desde cero cada día.
Es ese sistema que te sostiene cuando vos ya no podés sostenerte más.
Porque improvisar cansa.
Decidir a último momento qué vas a comer, cuándo vas a moverte o cómo vas a encontrar un rato para vos, te desgasta.
Y cuanto más cansada estás, más difícil se vuelve todo.
Terminás resolviendo con lo primero que tenés a mano: lo más rápido, lo más cómodo, lo que menos esfuerzo te pide… aunque sabés que eso no es lo que te hace bien.
Y ahí es donde entra un plan. Pero no cualquier plan.
No uno perfecto, rígido, diseñado por alguien que no tiene idea de tu vida.
Sino uno tuyo, realista, adaptable. Uno que entienda que a veces tenés 40 minutos… y a veces, solo 12.
Uno que te proponga opciones. Que te diga "esto es lo ideal", pero también te muestre qué hacer cuando no llegás a lo ideal.
Un plan que te acompañe. No que te culpe.
Porque no se trata de ser estricta.
Se trata de no depender de tu fuerza de voluntad todo el tiempo.
De tener un marco, una guía, una estructura. Algo que esté ahí incluso cuando vos no tengas ganas, energía ni claridad.
Y sí, ya sé que por ahí te encontraste con esas frases que suenan inspiradoras pero duelen:
"Todos tenemos 24 horas. Si querés, podés."
Como si fuera una cuestión de voluntad. Como si todas estuviéramos en igualdad de condiciones.
Pero la verdad es que no.
No es lo mismo tener 24 horas siendo influencer de fitness con cero responsabilidades reales, que tener 24 horas siendo madre de 4, con un trabajo de jornada completa, tareas de casa, una cabeza quemada y mil emociones encima.
No es lo mismo. Y no tiene por qué serlo.
Por eso tu plan tiene que contemplar eso.
No tiene que exigir que seas otra persona. Tiene que ayudarte a funcionar siendo vos. Con tus días buenos, tus días caóticos, tus días en los que no das más.
Tiene que entender que no vas a dejar de ser mamá, de trabajar, de cuidar, de estar para los demás…
Pero también tiene que recordarte que vos también necesitás que alguien esté para vos.
Y en ese sentido, entrenar no es un "extra".
No es un lujo.
No es egoísta.
Es necesario.
Porque ese ratito que te tomás para moverte, para estar con vos, para enfocarte en sentirte mejor…
es el que te devuelve energía.
Es el que te devuelve fuerza física, pero también mental.
Es el que te hace tomar mejores decisiones.
El que baja la ansiedad, te mejora el humor, y te recuerda que también sos una persona, no solo una función.
Cuando entrenás, no solo cuidás tu cuerpo.
Estás cultivando una versión tuya más fuerte, más clara, más despierta.
Y esa versión, inevitablemente, es mejor para todo lo demás que tenés que hacer.
No te entrenás solo por estética.
Te entrenás porque te merecés tener más energía.
Te entrenás porque necesitás estar fuerte para sostener lo que sostenés.
Te entrenás porque no hay nadie más que pueda ocupar tu lugar.
Y si vas a ser mamá de 4 toda la vida, o emprendedora, o jefa de hogar, o simplemente una mujer con mil roles…
entonces lo que hacés para cuidarte también tiene que poder durar toda la vida.
Así que no, un plan no es una exigencia más.
Un buen plan te cuida. Te alivia. Te ordena. Y te recuerda, todos los días, que vos también importás.