No, no es que no sepas comer...

17.07.2025

Es que estuviste demasiado tiempo en guerra con la comida. Y con tu cuerpo. Y con tus pensamientos cada vez que abrís la heladera.

Te enseñaron a tenerle miedo a lo que comés. A desconfiar del pan. A odiar los fideos. A pensar que si cenás una banana, te arruinás el progreso. A sentir culpa si te das un gusto. Y orgullo si pasás hambre.

Aprendiste que comer bien era comer menos. Y que comer poco era sinónimo de éxito. Y entonces... te esforzaste. Mucho. Pasaste semanas comiendo "limpio", aguantando, controlando. Hasta que un día te desbordaste. Y volviste a empezar.

Y otra vez: dieta. Restricción. Culpa. Recompensa. Castigo. Una rueda que no para nunca.

Una de mis alumnas —a esta le vamos a decir Caro— me decía: "Yo me esfuerzo. Como limpio toda la semana. Pero llega el viernes y me descontrolo. Después me siento culpable y el lunes vuelvo con todo. Pero cada vez me cuesta más bajar. Antes bajaba rápido… ahora nada me funciona."

Y claro. No es magia. Lo que pasa con Caro le pasa a muchas. No es que no quieran. No es falta de voluntad. Es que el cuerpo ya no entiende qué está pasando.

Tu metabolismo no funciona como una calculadora. No suma y resta calorías sin más. Funciona como un sistema de adaptación. Y si lo llevás por años a vivir entre exceso y escasez, empieza a protegerse.

Cada vez que hacés una dieta muy restrictiva, le enseñás a tu cuerpo a desconfiar. A guardar energía. A bajar el gasto. A ajustar funciones. Y después, cuando volvés a comer "normal", ese cuerpo que antes respondía con rapidez ahora se volvió conservador. Porque no sabe si mañana le vas a volver a sacar todo.

Y en ese vaivén, perdés más que kilos: Perdés masa muscular. Perdés energía. Perdés conexión. Y lo peor: perdés confianza en vos misma.

Te empezás a preguntar si estás rota. Si tenés el metabolismo lento. Si "comés aire y engordás".

Pero no estás rota. Estás desordenada.

No, no es que no tengas fuerza de voluntad. Es que tu cuerpo no está diseñado para vivir eternamente en escasez.

Cada vez que lo llevás al límite, él responde como está programado: te baja el gasto calórico, te genera más hambre, te vuelve más ansiosa. Te empuja a buscar lo que le falta: energía rápida. ¿Y qué es eso? Harinas, azúcar, sal, grasa.

¿Y qué hacés vos después? Te culpás. Pensás que te saboteaste. Que otra vez "fallaste".

Pero no es un sabotaje. Es biología. Es tu cuerpo cuidándote.

Y sí, con cada vuelta a esa rueda, tu cuerpo se apaga un poco más. Ya no sabés si lo que sentís es hambre real o ansiedad. Si comés por costumbre, por vacío o por necesidad. Si te estás alimentando o simplemente intentando no perder el control.

Le enseñaste que la comida era peligrosa. Y ahora desconfía. Ajusta. Ahorra. Se protege.

Y vos sentís que ya nada funciona. Que antes bajabas más fácil, que ahora "todo te cae mal", que engordás con mirar una tostada.

Pero no es magia negra. Es metabolismo adaptado. Es un cuerpo que aprendió a sobrevivir a fuerza de ser maltratado con buenas intenciones.

Y la solución no es otra dieta. Es empezar a reconstruir.

No desde la restricción. Desde el criterio. Desde una alimentación que no tenga miedo a los carbohidratos, porque sabe que son necesarios. Que entienda que el músculo se construye con comida, no con aire. Que el entrenamiento se rinde mejor con energía, no con café. Que para regular el hambre emocional, primero hay que saciar el hambre real.

No, no es que no sepas comer.

Es que estuviste años aprendiendo a restringir, no a nutrirte. A castigar, no a sostener. A sobrevivir, no a progresar.

Y la buena noticia es esta: se puede volver a empezar.

Comer bien no es perfecto. Es estable. Es suficiente. Es sin culpa. Es con carbohidratos, con proteína, con grasa, con criterio. Es con estructura, pero sin miedo. Es sin vivir pensando todo el día en comida, porque comés lo necesario para no llegar a ese punto.

Y cuando eso pasa, cambia todo. No porque bajaste tres kilos. Sino porque por fin dejaste de pelearte con vos.

Y empezaste a cuidarte. En serio.

Si estás cansada de vivir en ese ciclo, hay otra forma. No más restricciones sin sentido. No más culpa. Comer, entrenar, y vivir con criterio. Y eso sí se puede aprender.

No te rindas. Vos podés.