No, no es que no te gusten las pesas...
Muchas veces me dicen: "es que a mí no me gusta entrenar con pesas".
Y yo no lo dudo. Es lo que sentís.
Con el tiempo me di cuenta de que, en la mayoría de los casos, no es que no te guste el entrenamiento de fuerza. Es que nunca te lo mostraron bien. Es que te hablaron desde el miedo, desde la desconfianza, desde estereotipos que te quedaron marcados. No es desinterés, es desinformación. Es lo que te contaron. Lo que viste. Lo que te hicieron creer.
Te dijeron que si hacías pesas te ibas a poner "como un hombre". Como si desarrollar músculo fuera algo fácil. Como si fuera algo automático. Como si el cuerpo femenino reaccionara igual que el masculino. Cuando la realidad es que para desarrollar mucha masa muscular se necesita no solo un entrenamiento muy preciso, constante y exigente… sino también una alimentación controlada al milímetro y, muchas veces, ayuda farmacológica.
Y aún así, lleva años.
Pero igual te lo vendieron como si agarrar una mancuerna fuera a transformarte en otra persona de la noche a la mañana. Y te lo metieron con culpa, como si ser fuerte fuera un problema.
También te dijeron que las pesas son peligrosas. Que te vas a lesionar, que eso no es para vos, que es "mucho peso", que mejor hagas algo más liviano.
Pero nadie te explicó que lo verdaderamente peligroso es no moverse. Que la debilidad es un riesgo mucho mayor que el peso. Que una buena técnica, una buena progresión, y una guía adecuada, hacen que el entrenamiento de fuerza sea una de las mejores formas de proteger tus articulaciones, de mejorar tu postura, de prevenir caídas y lesiones.
Y si encima venís de años escuchando que lo importante es "quemar calorías", que hay que hacer más cardio, que hay que transpirar para que valga… es lógico que le tengas idea al entrenamiento con pesas.
Pero nadie te contó que el músculo es el tejido más metabólicamente activo del cuerpo. Que mientras más músculo tenés, más energía gastás incluso estando en reposo.
El cardio quema durante. El músculo quema después. Todo el tiempo.
Y eso no es todo. Porque el músculo no es solo volumen. No es solo estética. Es un órgano endocrino.
Sí. Produce sustancias que impactan en tu metabolismo, en tu sistema inmune, en tu estado de ánimo, en tu función cognitiva, en tu capacidad de recuperación.
El músculo regula. Protege. Equilibra. Pero eso no te lo dijeron, porque eso no vende.
Tampoco te explicaron que entrenar fuerza mejora la sensibilidad a la insulina, regula los niveles de glucosa en sangre y tiene beneficios enormes en cuadros como la prediabetes, la resistencia a la insulina o el síndrome de ovario poliquístico.
Tener más músculo no es solo para "verse bien". Es tener un cuerpo que funciona mejor por dentro.
Y con los años, más todavía.
Después de los 30 empezás a perder masa muscular si no hacés nada para mantenerla.
A los 50, podés haber perdido ya un 10%.
A los 70, hasta un 40%.
Y eso es fragilidad. Eso es dependencia. Eso es no poder valerte por tus propios medios.
Entrenar fuerza no es vanidad. Es autonomía. Es salud. Es calidad de vida.
El problema es que todo esto no te lo contaron. Solo te hablaron de tonificar. De bajar de peso. De talla. De calorías.
Nunca te hablaron de mejorar cómo funciona tu cuerpo de verdad.
Y si alguna vez entrenaste y la experiencia fue pésima —agotamiento extremo, mareos, dolores— es lógico que no quieras volver. Pero eso no fue fuerza. Eso fue una mala planificación. El entrenamiento de fuerza no te destruye. Te construye. Te estimula. Y después te hace más fuerte. Como debe ser.
Nadie te dijo que cuando tus hormonas cambian —menopausia, hipotiroidismo, SOP, ciclos irregulares—, tener más músculo te sostiene. Te estabiliza. Te regula. Te hace sentir más vital. Porque el músculo es un regulador. Y cuanto más tenés, más margen de maniobra te da.
Y tal vez lo más profundo de todo esto: te enseñaron a buscar pesar menos, en lugar de buscar ser más fuerte.
A verte más chica, más liviana, más silenciosa.
Y nunca te enseñaron a quererte más poderosa.
Por eso te lo repito una vez más: no es que no te gusten las pesas.
Es que no te las mostraron como son.
Y mi trabajo no es convencerte, ni obligarte a hacer nada.
Mi trabajo es mostrarte todo eso que nadie te mostró.
Después, vos decidís.
Pero si algo de esto te hizo ruido… tal vez no sea que odiás las pesas.
Tal vez lo que odiás es la forma en la que te las presentaron.